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Manolete: Una historia plana y mentirosa

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México, D. F. Septiembre de 2010. Por fin, luego de cuatro años de filmada, llega a las pantallas comerciales Manolete, la obra como director del guionista holandés radicado en los EUA,  Menno Meyjes (1954), un trabajo esperado con interés tanto por la figura del torero español como la de los protagonistas Adrien Brody  (1973) y Penélope Cruz  (1974).

Al respecto, pueden intentarse varias lecturas. Primero como simple obra cinematográfica, pero ello es difícil porque se basa en lo que se supone es la biografía de una celebridad que, por añadidura, se dedicó en vida a un oficio que tiene múltiples reglas y códigos y ha sido materia de conocimiento de millones de aficionados en el mundo ibérico y parte del francés y lusitano, y de esta circunstancia derivan varios riesgos que el director corrió con poco juicio.

Como película romántica funciona y es una historia contada en ritmo lánguido, apoyada en una acertada musicalización y en un guión que, aparte de contener errores elementales, se finca en valores poéticos y reflexivos inalcanzables para los personajes que provenían de capas muy humildes e ignorantes de  la población  española de los años 40, cuando terminaba la II Guerra Mundial y España había padecido una cruenta guerra interna entre 1936 y 1939.

Si se ve como un simple relato romanticón, la cinta pasa, pero si se le contrasta con la realidad histórica y su fidelidad no conseguida a elementos de la fiesta taurina, nos enfrentamos a un fracaso rotundo. Hay un error grotesco, se afirma con una absoluta falta de  cuidado con los datos, que la Plaza México se construyó para que toreara Manolete, que es la más grande del mundo –lo cual es cierto- y que tiene una foro de 6 mil espectadores, lo cual no es ningún record, cuando en ella caben cómodamente sentados, 50 mil aficionados.

En el guión se desperdician elementos de la vida real de Manolete que hubieran contribuido a realizar una película de hondos perfiles dramáticos, pero Meyies optò por centrarse en la relación sentimental entre Manuel Rodríguez Sánchez (1917-1947) y Antonia Bronchalo Lopesino  (Lupe Sino 1917-1959) que resulta bastante falsificada y poco coherente. ¿A quien se le ocurre que la  novia del astro puede estar coqueteando en la barrera de la plaza mientras el torero se enfrenta a un toro y abandona la función para irse con un galancete? Si tenemos en cuenta que Antonia era de origen muy humilde y que Manolete aparte de acaudalado artista, era una figura de orden mundial en una España carente de ídolos, no es creíble que en sus propias narices se dedicara a humillarlo.  Además existen testimonios del profundo amor que ambos se profesaban.

Tampoco tiene lógica que el matador en el lecho del dolor se levante para agredir a su amada y sus ayudantes esperan tras el cristal sin intervenir, pese a que el héroe se encuentra herido de una cornada.

Son certeras la fotografía y la musicalización de la cinta que nos ofrecen gratos momentos de cierta belleza, pero si mal no recuerdo, nos presentan al torero la mañana de la tragedia en Linares, en casa de su madre en Córdoba, como si pudiera desplazarse en helicóptero o en algún vehículo de extrema rapidez.

El director que probablemente desconoce la Gran Vía madrileña, no se tomó el cuidado de ubicar el encuentro del matador con su diva en el bar de Perico Chicote, entonces el sitio de referencia de la socialité madrileña de aquellos años, y que fue donde ciertamente se encontraron por primera vez.

Manolete Brody aparece siempre lánguido y taciturno y si bien la faz del torero para ello se prestaba, hay que recordar que provenía de una familia muy humilde a quien el triunfo y la holgura económica, aparte de haberse liado con una mujer muy guapa, deben haberle dado motivos para aparecer alegre y optimista en algún momento, en suma, como un hombre que vive contrastes a lo largo de su existencia.

No se alcanza a mostrar su apoteosis, a la que de seguro, su amada se sintió atraída porque siendo ella también originaria de sectores muy pobres, el hecho de figurar al lado de una estrella millonaria en aquella España empobrecida, debe haberla convertido en una mujer iluminada y no en una desaprensiva fémina que se daba el lujo de encelar a quien, como hemos dicho, debió de haber sido el ángel de su vida.

En ese su afán de producir un filme romántico, el director desaprovecha el ángulo que ofrecía el papel del apoderado José Flores González Camará  (1898-1978) y el ganadero Álvaro Domecq (1917-2005), quienes impidieron el acceso de la prometida (Lupe, Antonia) al lecho del moribundo a fin de evitar un matrimonio en artículo mortis y, con este expediente, se cree que pudieron hacerse con la fortuna del diestro fallecido depositada en bancos mexicanos, ya que por entonces, había control de divisas en la tierra gobernada por Francisco Franco.

Llama la atención que el director no se tomara la molestia –le faltó la asesoría necesaria- para enseñar al anglo Brody a empuñar un capote como debe ser- y el hecho que los close ups y primero planos sobre los toros en lidia, nos muestren a unos morlacos rasurados, sin puntas en los cuernos, lo cual se explica porque la producción no quiso correr riesgos de gastos por la herida posible de los toreros que actuaron en calidad de dobles o como alternantes del personaje principal, pero desde el punto de vista estético y taurino resulta una lamentable falsificación.

Desde la perspectiva estrictamente cinematográfica, la cinta es un romancito plano, sin relieves al que ayuda el colorido de la fiesta taurina, pero si nos atenemos a la historia y a la riqueza del personaje, a su importancia en la cultura hispana del siglo XX,  la producción es un producto mentiroso y lamentable.

Es difícil que alguien proveniente de los Países Bajos, y residente en los Estados Unidos, laborioso artesano de los laboratorios de Hollywood, pueda empaparse de súbito en la cultura taurina y en el mundo ibérico, y que sea capaz de descifrar la riqueza de matices que una biografía como la de Manolete ofrece, y eso se demuestra palmariamente en esta cinta. Mejor debió atreverse con la vida de Anna Frank bajo la ocupación nazi de Holanda, algo que le fuera más cercano, y no venir a lastimar la sensibilidad de un público que como nosotros, le tenemos una inmensa nostalgia a Manolete y un enorme respeto a la fiesta de los toros. No pasa de ser ésta, una peliculita dominguera y si usted no tiene nada mejor que hacer, pues vaya a verla y llévese al cine una almohadilla por si le gana el sueño.

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