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Dolor y gloria sobre una vida llena de cine de Pedro Almodóvar con Antonio Banderas y Penélope Cruz

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“Dolor y Gloria” no apela a la nostalgia como base estructural de su relato tal cual lo hiciera Fellini hace 56 años, pero tampoco prescinde de ella al acomodarla como un componente integral en la construcción de su protagonista,
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Antonio Banderas en Dolor y gloria

 

Dolor y gloria: El cine como confesionario.

 

En 1963 un director anquilosado en la vena creativa de nombre Guido Anselmi demostró que una vida llena de cine puede llevar también a la dilución de su ser, ofrendando su alma y corazón al cíclope que parpadea a 24 cuadros por segundo en la obra magna de Federico Fellini titulada 8 ½”, donde el autor italiano poseía de sí mismo a ese personaje rebosante de iconicidad interpretado en su momento por el portento que era Marcello Mastroianni.  La película poseía varios niveles de lectura donde su aplicado metalenguaje nos conduce a valorar un filme como instrumento de catarsis para quien lo realiza a la vez que así le funciona a su ficticio pero arrebatador personaje principal. Por esta senda deambula ahora justo en su proceso de autodescubrimiento que seguro impele la madurez al director manchego Pedro Almodóvar, quien con su más reciente cinta se escruta a través de la historia de un cineasta con cuerpo añejo pero mente y espíritu vivaces que creen vivir pero sólo lo logra creando cine.

Dolor y Gloria” no apela a la nostalgia como base estructural de su relato tal cual lo hiciera Fellini hace 56 años, pero tampoco prescinde de ella al acomodarla como un componente integral en la construcción de su protagonista, el director ermitaño homosexual Salvador Mallo (un Antonio Banderas pleno de potencia histriónica), pues aquí el pasado no dicta, sino aporta al presente. Almodóvar rápidamente ajusta al espectador al tono emocional de su relato con una primera escena donde vemos al protagonista sumergido en una piscina en estado inmóvil, una vida ingrávida como una muerte simulada. Posteriormente una invitación por parte de la Cineteca Española para presentar un filme suyo realizado hace más de 30 años titulado “Sabor” pondrá en acción una serie de eventos que lo orillará a reevaluar su vida. Primero, su reencuentro con el protagonista de dicha cinta llamado Alberto Crespo (Asier Etxeandia) con quien tuvo una disputa que los ha alejado todo ese tiempo pero ahora adopta un papel de guía al inducir a Salvador en el mundo de la cocaína como instrumento de fuga. Después, otro reencuentro, pero ahora con Federico (Leonardo Sbaraglia) su primer amor. Estas relaciones, así como la constante presencia de su asistente Mercedes (Nora Navas) comenzará la ruptura de la armadura monomaniaca y tormentosa del protagonista mientras lidia con una lista interminable de males y achaques que han minado su voluntad y resistencia. Análogamente Almodóvar nos presenta la vida de Salvador siendo un pequeño conviviendo con su madre Jacinta (Penélope Cruz), mujer fuerte, dulce y amorosa, que debe resignarse a una pobreza condicionada a un esposo no muy comprometido con la familia y habitar una gruta en el sentido literal de la palabra acondicionada como un hogar, símbolo del destierro existencial que debe padecer el personaje principal para alcanzar la trascendencia. Es en este punto cuando conoce a su primer objeto de deseo, Eduardo (César Vicente), un albañil analfabeto que accede a embellecer el hosco hogar mediante pintura y resanes a cambio de que Salvador le enseñe a leer. 

Almodóvar proyecta tal sensatez en sus decisiones creativas que resulta difícil separar su figura a la de Salvador, pues queda claro que ambos van creciendo conforme la experiencia de los años va surtiendo efecto en su toma de decisiones. El mismo protagonista apunta en algún momento que “el mejor actor no es el que llora, sino el que contiene sus emociones”, y justo eso es lo manifiesta la cinta en todo momento, pues la melancolía y la amargura permean todas las aristas del relato sin que éste sucumba a la lágrima rigurosa. Todo el proceso se percibe medido y ejecutado con trabajo al mínimo detalle, con una puesta en escena tan sobria pero a la vez rica en su plástica y cromas casuales que embellecen el cuadro sin estilizarlo o banalizarlo, mientras que el reparto –en particular  Banderas- se muestra excelso en cuanto a su desarrollo y compromiso con los personajes. La obra termina siendo todo un confesionario para un director que nunca ha sentido la necesidad de disculparse por la naturaleza excesiva o melodramática de sus trabajos, pero que tarde o temprano termina cobrando sus cuitas, y “Dolor y Gloria” es exactamente eso para él, el dolor y la gloria de una vida llena de cine. Definitivamente la mejor cinta en cartelera esta semana.

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