México, D. F. Febrero de 2010. A veces en Hollywood se juntan, como en el caso de Nine (2009), talentos sobresalientes para producir una obra menor, que se queda a la mitad entre el típico musical y el drama cinematográfico.
El Maestro italiano Federico Fellini (1920-1993) se dio el lujo de filmar 8 y Medio en 1963, un trabajo semiautobiográfico en el que abunda sobre la soledad del creador de cine y la baraúnda que lo rodea a la hora de hacer una película. Si bien, ahí registró algunas de sus vivencias personales y dejó huellas de cómo procedía en su trabajo –algo que luego completaría en la también magistral Entrevista (1987)- hizo derroche de la construcción de imágenes en un cine simbólico que aun hoy, no alcanzó a descifrar completamente.
Me dicen que el nombre de 8 y ½ proviene de que con esas siglas se conoció el proyecto cinematográfico y al final se quedó para titular el experimento que aun hoy nos llena de deleitoso asombro, y al utilizar el de Nine, el director Rob Marshall (1960) nos está indicando que la obra actual es una reminiscencia o continuación de aquella iniciática.
Marshall es un experimentado director que ya había triunfado con la oscareada Memorias de una Geisha (2005) y con el musical Chicago (2002) que también mereció reconocimientos de la Academia. El espléndido guión estuvo confiado a Michael Tolkin (1950) y Anthony Minghella (1954-2008) autor del script de Cold Mountain, El Talentoso Mr. Ripley y El Paciente Inglés, entre otras.
Nine emergió de las carteleras de Broadway y Marshall la trajo al cine, con un oportunista apetito de taquilla que se evidenció incorporando al reparto a Daniel Day-Lewis (1957), Marion Cotillard (1975), Penélope Cruz (1974), Nicole Kidman (1967), Judi Dench (1934), Kate Hudson (1979), Sophia Loren (1934) y Stacy Ferguson (1975). Una papeleta realmente cara, pero poco eficaz a la hora de calibrar los resultados.
Para empezar, es difícil hacer juicios serenos sobre el filme en sí, porque el analista siempre tiene presente a los protagonistas anteriores, figuras consagradas en los altares cinematográficos, dioses eternos casi todos imbatibles si se les compara con el elenco actual. Cuesta trabajo aceptar al señor Daniel Day-Lewis en el papel del mítico Fellinin o del pícaro Marcello Mastroianni. Empero, el desempeño del actor inglés es estupendo y convincente, de no ser porque el director Marshall lo puso a cantar –berrear sería lo más adecuado, esfuerzo en el que derrapó lamentablemente.
Nine es un híbrido lamentable, fruto de una indecisión. Si se hubiera optado por convertirla en una película musical interpretada por actores profesionales de Broadway, el resultado habría sido magnífico, tal y como ocurrió con Rent (2005), por ejemplo, pero la codicia por la taquilla indujo a los productores a caer en la ilusión de convertir en cantantes y/o bailarines a personas dedicadas única y exclusivamente a la actuación.
En consecuencia, da grima ver a la esquelética Penélope Cruz en el intento de bailar y cantar y, si por esta pobrísima actuación la postulan al Óscar, estamos ante la evidencia que la Academia va a pasar trabajos para escoger a los triunfadores de este año, fuera de los postulados por Avatar (2009), Bastardos sin Gloria (2009) o En Tierra Hostil (2008) de Kathryn Bigelow
Lo mismo se puede decir de la casi bulímica Nicole Kidman, apabullada ante el recuerdo de la suculenta Claudia Cardinale, que le gana en todo y no tuvo la osadía de intentar cantar cuando menos en los filmes que le recordamos. Qué decir de Kate Hudson –otro fideo negado para la experiencia musical- o de Judi Dench a quien más le hubiera valido quedarse como jefa del espionaje inglés en las cintas de James Bond, y no aventurarse en los inciertos caminos de la farándula francoitaliana. En semejante tesitura se encontró Sophia Loren a la que sacaron de su dorado retiro para un lamentable papelito, en el que también intentó hacer unas gargaritas espantosas
De la chamusquina melódica se salvan Stacy Ferguson que luce su potente y maravillosa voz y su dominio coreográfico, y la maravillosa francesita Marion Cotillard que actúa y ya aprendió a cantar y a desenvolverse en medio de la danza, luego de su triunfal e inolvidable resucitación de Edith Piaf (1915-1963) en La Vida en Rosa (2007).
El guión de Tolkin y Minghella es lo más sobresaliente, tanto por sus valores intrínsecos que nos muestran la profundidad sicológica del personaje, como porque sirve para detallar y aclarar algunas de las preocupaciones que Fellini dejó en el aire con su estilo elíptico cuando no, plenamente críptico.
En cuanto a la estructura meramente musical, la cinta no puede compararse con algunas de las grandes producciones del pasado, si bien Be Italian, cantada emotivamente por Stacy Ferguson, recuerda los buenos momentos de la inolvidable Liza Minelli (1946) en Cabaret (1972).
Otro contraste resulta del exceso con el que Fellini construía escenarios en Cinecittá, teniendo los naturales al alcance de la mano, mientras en Nine, uno solo bastó para presentar todas las coreografías, en lo que puede calificarse como una exagerada austeridad.
Mientras que Federico Fellini en 8 y ½ realizó una sinfonía que lo convirtió en el Beethoven del cine, los autores de Nine hicieron sólo un pretexto para que los novios ociosos vayan al cine a masticar palomitas de maíz, y a meterse mano en una tarde aburrida de domingo.
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