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Manolete, de la sutileza en el macho

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Torear es un arte singular y totalmente vivencial, quien no se ha parado frente del astado difícilmente puede comprenderlo, quizá por eso es que el monstruo (el público) se fascina hasta la exaltación; llevar al cine este arte necesita una experiencia mucho mayor, Menno Meyjes lo intenta con su Manolete.

La imagen pública del torero ha sido siempre la del macho español consagrado, el Don Juan invicto en la seducción, pero esto no tiene que ver necesariamente con su realidad personal o nacional. Apenas comenzada la película de Meyjes a Manuel  Rodríguez (Adrien Brody) lo acusa su amante Lupe Sino (Penélope Cruz) de infantilismo sexual y aparece el instinto asesino de la “cálida sangre española” (!?).

Gracias a figuras como Rodolfo Valentino en Sangre y arena de Fred Niblo, o Ricardo Montalbán (en Santa y en La hora de la verdad), Tyrone Power (Sangre y arena de Mamoulian) y hasta Mel Ferrer (Toros bravos) esta imagen del macho atávico y triunfador sobre el sexo reconfirmó la impresión pública de ese personaje vestido femeninamente para una hazaña masculina: el toreo. Claro que ya con Ferrer y gracias a Robert Rossen ponía el tono de duda necesario para humanizar un poco esta imagen distorsionada del mítico ritual del urogallo y las bodas.

Porque según Baruch Spinoza de eso se trata el toreo, la tauromaquia, pues, del ritual que revive la salvación de la honra familiar en una sociedad patriarcal donde una mujer ocupa una primogenitura crítica y recibe el milagro de la conversión a varón para conservar una alianza de clan mediante la boda (en el último instante el urogallo otorga a la mujer genitales de varón para consumar el matrimonio con otra mujer). Notoriamente Meyjes alude a este mito desde el principio en que Manolete encuentra a Lupe Sino con otra mujer en el lecho y ello le retrae el valor para asesinarla.

Gracias a Carlos Velo y su Torero llegó al público la noción del miedo como el motor de la vida privada para el torero, Luis Procuna se representa a sí mismo y sus dudas existenciales en un semidocumental único en la filmografía del toreo auténtico llevada al cine. Porque de eso es el punto mayor: el arte de Cuchares no puede filmarse con dobles o trucos de cámara, resulta imposible reproducir la planta impasible del monstruo de Linares frente a un astado y aún menos el instante inmortal de morir matando al Miura Islero que abrió la leyenda de Manolete, sigue pareciendo imposible de llevarse al cine (salvo por un trabajo excepcional de CGI, que desde luego no vemos todavía).

Sin embargo en auxilio de Meyjes está la nueva cultura visual fomentada por la televisión, esa manía de cortar al arte de danza entre el torero y el burel en los tercios del ruedo que a través de la pantalla electrónica se ha convertido en una reducción de acercamientos dramáticos que parecen intentar la humanización de la fiesta reduciéndola a ´pedazos cercanos del rostro y los gestos que describa per sé una emoción, pero esto solo es para los nuevos públicos, los que no han disfrutado la danza desde las bancadas del coso y que ahora han ido relegando al toreo hasta su desaparición, por ejemplo en Cataluña.

Desde luego la cinta es una decepción para los aficionados a la fiesta, así que si hay afición o el recuerdo apreciativo de las hazañas de Manolete mejor no verla, la cinta no trata de la fiesta sino del arte, de la profunda dependencia y manipulación de la efigie del hombre como dominador y victimario de lo femenino, pero también de la entraña de mujer y de niño que todos llevamos dentro.

Porque la respuesta de Manolete a las contradicciones de ser torero y amante es una rebeldía profunda hacia los que le obligan a ser (todos: la amante, el dictador, la milicia, la familia, los amigos) y lo que es como varón y humano, una rebeldía que queda centrada en su afición a  la muerte, en la pasión por el miedo que se desboca en el acto sexual con la única mujer que no le obliga a ser otro, hasta que lo hace.

Será el último tercio de la película el definitivo, el de la muerte, pues, y en él Meyjes despliega su propio arte introduciéndonos en el imposible último pensamiento de Manolete a través de una reinterpretación de Spinoza en la edición magistral de Sylvie Landra, alternando la cópula y el orgasmo con la muerte simultánea en el ruedo, y alternando también naturalismo y fantasía nos deja el testimonio de la soledad individual absoluta provocada por la educación de macho (“que nadie sepa que te digo así –Mamita-, le dice a la Sino en el orgasmo) y la liberación para todos: Manolete siente volar fuera de este mundo, Lupe comprende el amor de Pepe Camará (Juan Echánove) por el maestro y ella misma asimila sus contradicciones.

Aquí hay que escribir que la sabiduría de Meyjés (o su selector de repartos, Camila-Valentine Isola) en llevar al retrato rejuvenecido de Manolete en Adrien Brody (falto del estrago y la angustia que ya tenía el torero en el rostro de sus últimos días) y a la brillante Penélope Cruz, un ejemplar de mujer-varona española, esa que está con el varón por elección y no por destino, la que lleva la honra en sí y no por dependencia de la sociedad machista, a la que sostiene a toda costa (y Penélope lo ha demostrado en todas sus películas, especialmente en manos de Bigas Luna). Con ellos el retrato de la sociedad machista queda completo, un trazo que se va formando en el cine español cuando menos desde Matador, de Almodóvar, y ahora se expande al yanqui y al francés.

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FILMOGRAFÍA:

Manolete. (The passion within). D. Menno Meyjes. Con: Adrien Brodi, Penélope Cruz, Juan Echánove. Guión: M. Meyjés. EUA/SPN/FRA. 2007.

Torero. D. Carlos velo. Con: Luis Procuna, Consuelo Procuna, Manolete, Carlos Arruza. Guión: Hugo Butler. MÉX            . 1956.

Sangre y arena. (Blood and sand). D. Fred Niblo. Con: Rodolfo Valentino, Rosa Rosanova, Leo White. Guión: Tom Cushing basado en la novela de Vicente Blasco Ibáñez. EUA. 1922.

Sangre y arena. (Blood and sand). D. Rouben Mamoulian. Con: Tyrone Power, Linda Darnell, Rita Hayworth. Guión: Jo Swerling, basada en la novela de Vicente Blasco Ibáñez. EUA. 1941.

Toros bravos, los. (The brave bulls). D. Robert Rossen). Con: Mel Ferrer, Miroslava, Anthony Quinn, Francisco Balderas. Guión: John Bright y Tom Lea. EUA/MÉX. 1951.

Santa. D. Norman Foster. Con: Esther Fernández, Ricardo Montalbán, José Cibrian. Guión: Francisco Cabrera y Afredo B. Crevenna, basados en la novela de Federico Gamboa. MÉX. 1941.

Hora de la verdad, La. D. Norman Foster. Con: Ricardo Montalbán, Virginia Serret, Lilia Michel. Guión: N. Foster y Janet Alcoriza. MÉX. 1944.


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