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Woody Allen en De Roma con amor

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Woody Allen ha encontrado en Europa el respaldo financiero para sus películas, lo mismo que generosos espectadores que asisten a verlas casi sin importar la temática o los actores, y estos acuden prontamente a su llamado para coprotagonizar alguna, igualmente sin preocuparse demasiado por el papel que les asignará.

Estar en un film del “geniecillo de Manhattan” aún es una estrellita en la frente para quien es afortunado de ser elegido. Y en agradecimiento del cineasta, en el país europeo donde filme necesariamente habrá espacio para actores de esa nacionalidad: alguno estelar, más de uno para homenajear, o por el placer mutuo o en merecido recuerdo, o lujos y adornos que puede darse un personaje como Allen, caso Carla Bruni en “Medianoche en París”.

De Roma con amor”, tiene pinta de homenaje, de postal turística, de calada o remedo de aquellas tramas románticas que iban a rodar los estadounidenses en suelo italiano hace medio siglo, justamente con el fondo musical de Domenico Modugno.

Por el filme campea la admiración de Woody Allen hacia una forma del cine italiano, las películas episódicas, “El Jeque Blanco” de Fellini; y por lo que Italia ha heredado al mundo, lo que ha significado en su vida para viajeros y estudiantes de su país, varios de quienes se han quedado a residir por siempre en la Ciudad Eterna.

El recibimiento y despedida son por un romano -el del inicio un policía de transito en un crucero, el segundo desde su ventana-, para darnos a conocer unas historias de quienes han pisado o frecuentado su ciudad, así como Allen documenta de sus personajes en su Nueva York.

Sin engrosar las obras maestras Allenianas, “De Roma con Amor”, dispone en uno de los capítulos de una acerba y boyante crítica a la forma en que los medios y los reality shows en una mañana descubren un individuo  (Roberto Benigni) y lo siguen hasta el hartazgo, propiciando que cualquier fruslería o nadería que haga o diga el sujeto sea noticia, motivo de comentario en programas rosas, o análisis en noticiero. Hasta que una mañana volteen por casualidad y hallen otro insulso que pueda servirles; y el anterior a veces caiga en la locura o se le dificulte recuperarse.

Los segmentos son entrecruzados, con la novedad que uno, la modernización de “El Jeque Blanco”, de provincianos en la gran ciudad, suceda en un solo día, con la picaresca sexual y de la prostituta y sus clientes –todos los ricos y pudientes-, y la muchacha muy vivaracha tras el empaque de pueblerina.

Mientras, dos de los cuentos durarían meses durante el mismo lapso en el filme. Está el obligado al estilo Woody Allen, con resabios de su alter ego, con el arquitecto maduro, cincuentón (Alec Baldwin), que encuentra un joven veinteañero Jesse Eisenberg), como lo fue él, y vive/recuerda su enamoramiento de la amiga (Ellen Page) de su novia. Subterfugio útil para que Allen se mofe de las actricitas infatuadas, extraviadas, enamoradizas, y que al mínimo llamado de Hollywood, del director de moda, aceptan cualquier papel, creyendo sea su trampolín.

Y tenemos el cuento ordinario de la neoyorquina que llega a Roma y una pregunta la pone con el amor de su vida, un italiano; y luego resbala alrededor de su figura -la de Woody Allen-, para incurrir en el delirio de un tipo de voz magnífica, pero que sólo puede cantar bajo la regadera. Entre ópera burlesca y requiebro de artistas conceptuales y sus puestas en escena posmodernas de obras celebérrimas; o la forma de conseguir sacarle jugo a un personaje fuera de lugar, con el aditamento que es  napolitano y funerario de oficio, motivo para chistes mortuorios y gajes personales de Allen –al saludarlo, por ejemplo-. En el extremo, remisión a los críticos que escriben en periódicos, y cómo sus palabras pueden reinventarse, o lo que se pierde y gana en las traducciones. Y la dicotomía del joven socialista, defensor de los sindicatos y las clases bajas frente al pensamiento del estadounidense capitalista, socarrón.

La cámara “De Roma con amor” pasea por sitios inevitables y cinéfilos: la Fuente de Trevi, la Piazza de Spagna, el Coliseo, la Vía Veneto, los Baños. Asiste a una filmación para encontrarse a una estrella (Ornella Muti), se burla de los viejos conservadores y religiosos; se lía con las fantasías suministradas por el cine, de los galanes y sus aventurillas, y en notificación del cine italiano de los años sesenta, la esposa que lo espía y lo que sucede trasmano en habitaciones de hoteles.

De Roma con amor” es un Woody Allen de medio peso, con ribetes de actuaciones ejemplares, en Judy Davis, en Jesse Eisenberg y Alec Baldwin, en la esposa del funerario/cantante, y el pistón de farsa con Penélope Cruz, cruza de las actrices italianas y de los personajes de esa índole en los filmes de Allen, como Mira Sorvino en “Poderosa Afrodita”.

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